Dibujo de EdoIlustrado
Dibujo de EdoIlustrado

El cinco de noviembre del 2015, recibí un mensaje avisándome que mi hermano mayor había sufrido un derrame cerebral. Eso pasó en la misma ciudad en la que mi papá murió de algo parecido. Cuando me avisaron, mi hermana mayor iba en camino, posiblemente al mismo hospital en el que vivimos la pérdida física de mi papá.
Como saben, yo vivo en Minneapolis, bien al norte del continente norteamericano, y justo  en esa fecha teníamos un invierno feroz con varias emergencias de nieve. Y recuerdo que era un miércoles en la noche porque el jueves yo asisto tempranito a una reunión de meditación en una ciudad vecina.
Esa noche no pude descansar y decidí irme a Venezuela lo más pronto a ver en qué podía ayudar. Sin embargo, mis familiares me sugirieron no apurarme hasta tener más claridad y en caso de que yo pudiera ser más útil desde aquí.
En mi impotencia, decidí ir a la reunión a tratar de calmarme con la meditación. Llegué tarde y llorando.
Solamente la gente que lo ha experimentado puede entender el horror de tratar de explicar un dolor y un miedo en un idioma que no es el nativo. Llorando conté a mis amigos lo que me pasaba describiéndoles mis dudas de poder volver a esa ciudad y a ese hospital en una situación comparable, con el miedo de perder un familiar. Entonces una de mis amigas me preguntó -genuinamente- ¿a qué hora sale tu vuelo?
Le expliqué que no había comprado el ticket todavía y también que mis hermanas me habían pedido que me esperara. Entonces esta amiga me contestó “Y ¿por qué tu cabeza está allá, si todavía ni siquiera sabes si irás?”.
Esa pregunta revela una de las formas de pensar más eficaces de los Programas de Doce Pasos: nos esforzamos por vivir un día a la vez. El miedo – uno de los más poderosos motores para cualquier adicción – siempre viene del futuro, quizás, como en este caso, basado en un trauma del pasado.
Y resultó que pude sobrevivir este año, viviendo un día a la vez. Y resultó que finalmente no pude ir a Venezuela pues me quede sin pasaporte en diciembre. Y resultó que efectivamente fui de más ayuda desde aquí. Y resultó que mi hermano sobrevivió no sólo ese derrame sino un rosario de complicaciones no sólo un día a la vez, muchas veces, un momento a la vez.
Y resultó que el Dr. José Gregorio Hernández nos hizo el milagro. Y resultó que, un día a la vez, mi familia y yo rezamos y crecimos en la fe de aceptarnos y ayudarnos en este año de increíbles dificultades y más impresionantes milagros. Y resultó que cada vez que la vida se me muestra en sus propios términos, siempre puedo recordar el principio de “sólo por hoy”. Y aunque mi cabeza siempre quiere correr al futuro e imaginarse lo inimaginable, en realidad, yo sólo tengo que vivir un momento a la vez.
Hoy ¡bendito Dios! mi hermano, muy recuperado y con su inagotable sentido de humor nos mensajeó recordándonos que hoy estamos de fiesta. Y yo pensé dedicarle esta entrada al Dr. José Gregorio Hernández (el santo venezolano) quien nunca nos desamparó en el camino. Un día a la vez.

Compartir

Publicaciones Relacionadas