
En el post de ayer, compartí una técnica sencilla, antídoto para la ansiedad. Entonces me di cuenta de que también puedo compartir cómo lubrico mis manos a través de la sábila. Y hablo de la mata original también conocida como aloe vera.
La piel de mis manos es muy alérgica y cuando las lavo constantemente, como necesitamos ahora, se me agrieta y reseca dolorosamente. Aparte de la incomodidad, esas grietas invitan los gérmenes.

Yo, como buena venezolana, tengo fe en las propiedades curativas de la sábila . En estos días, cada vez que me lavo las manos corto una rebanadita muy fina de una penca (así se llaman las hojas de esta planta suculenta), la abro por la mitad y me restriego la babita por ambas manos y muñecas. Se absorbe rápido y se seca de inmediato sin rastros de olor.
Lo único, me aclaró mi hermanita Yen que es ingeniera químico, “mantén la sábila fresca pues si la dejas expuesta al aire por días se fomenta el crecimiento de microorganismos y se logra el efecto contrario a lo que se quiere.” Hago caso y mantengo la sábila en la nevera dejando a mano solamente el pedacito del día.
Pues resulta que la sábila no es solo emoliente sino también antiséptica por lo que funciona muy bien para los propósitos actuales, así como para dermatitis, eczemas y picaduras de insectos, me explicó Yen.
Aquí habría terminado mi post, pero resulta que me puse a curiosear blogs. En uno de ellos, una persona que respeto por su bondad y creo brillante por su verbo, escribía que ella no tiene ninguna esperanza de que la humanidad mejore tras esta crisis del COVID-19. Para ilustrar su punto, daba unos ejemplos de reciente estupidez colectiva. En los comentarios del post, algunos compartían y yo diría que hasta celebraban su desesperanza.
Hoy, me alegro de no participar de tal escepticismo. Algo que Brené Brown llama “intimidad gracias a un enemigo común” en este caso nada menos que desprecio hacia el ser humano.
Antes, el escepticismo y el cinismo me parecían señales de inteligencia que se me daban con facilidad, pero hoy puedo no sucumbir a ellos gracias a una simple -aunque no fácil- decisión de no idolatrar al miedo.
Tengo razones prácticas. Por una parte, se sabe que la desesperanza baja las defensas inmunes, algo que necesitamos en buena forma ahora más que nunca. Por otra, si tengo algún don, quiero usarlo para ayudar, no para descorazonar.
Y este post sobre lubricar las manos puede que sea trivial o hasta pobre para algunos pero si alguien pueda beneficiarse aunque sea un poquito gracias a lo que escribo, para mí, vale el esfuerzo.
Creo pues que los dones que tenemos (escribir, comunicar, inspirar) pueden ser usados para el cinismo o para el servicio. Se me ocurre que enfocarnos en lo constructivo y hacer servicio con ello lubrique el corazón tal como la sábila lubrica la piel.
Mañana elaboro un poquito lo que considero estupidez y su antídoto.