¿Por qué meditamos?

En este blog me he referido varias veces a la meditación como una práctica que me ha ayudado inmensamente en mi recuperación . La meditación es parte del Onceavo Paso y algo que para mí, ha sido transformativo como el goteo del agua en una piedra: no sabe uno cuando se abre el huequito pero ahí va.

Ahora estoy escuchando un audio libro de Pema Chodron con una explicación muy iluminadora sobre la meditación que hace Pema Chodron en este libro titulado “Los lugares que te asustan”.

Como ella habla de ciertos conceptos budistas (fascinantes pero que harían el texto muy largo) he  suprimido párrafos y hecho algunas modificaciones parta que el resultado se pueda leer con más facilidad.  Aquí está:

¿Por qué meditamos?  Buena pregunta. ¿Por qué molestarnos en pasar un tiempo a solas con nosotros mismos? En primer lugar, es conveniente comprender que la meditación no sólo sirve para sentirnos bien. Creer que meditamos con este fin es casarnos con el fracaso.

Cuando aprendemos a meditar, nos enseñan que nos sentemos en una determinada posición en una almohada o una silla, y nos limitemos a estar en el momento presente y a fijarnos en cómo la respiración entra y sale de nuestro cuerpo. Nos enseñan que cuando la mente se distraiga, sin adoptar una actitud dura o sentenciosa, aceptemos esta distracción como «pensando» y volvamos a concentrarnos en la exhalación. Aprendemos a volver a este momento de estar aquí.

Entonces la meditación sirve para aprender a aceptarnos enteramente. Sirve para crear una relación sincera y directa con lo que somos. Intentar cambiarnos es inútil porque a la larga nos estamos resistiendo a nuestra propia energía. De nada sirve, luchar con uno mismo y terminar menospreciándonos porque meditar ¡es otra cosa que hacemos mal!

La meditación se convierte en un proceso transformador sólo cuando empezamos a relajarnos con nosotros mismos. Sólo cuando nos relacionamos sin moralizar, sin dureza y sin engaños, podremos desprendernos de los patrones mentales perjudiciales y aceptar nuestra naturaleza verdadera que es ineludiblemente fuente de sabiduría y compasión.

Cuando meditamos desarrollamos firmeza y perseverancia: Se nos anima a meditar a diario, aunque sea  brevemente, para cultivar esas cualidades, vernos con claridad, experimentar nuestra agitación emocional y estar atentos al momento presente.

Al margen de lo que nos ocurra —que nos duela todo el cuerpo, que nos aburramos, que nos durmamos o tengamos los pensamientos y las emociones más salvajes— estamos siendo leales a nuestra experiencia. Aunque nos provoque, no salimos corriendo y gritando de la habitación. En lugar de ello, aceptamos este impulso como un pensamiento más, sin etiquetarlo como correcto o incorrecto. No es algo que se logra fácilmente. No hay que subestimar la tendencia a huir cuando algo duele.

Nos sentamos, pues, a meditar en cualquier tipo de circunstancia: estemos sanos o enfermos, de buen humor o deprimidos, tanto si creemos que la meditación nos funciona como que nuestra meditación es un desastre. Y a medida que sigamos sentándonos a meditar, descubriremos que la meditación no consiste en entender o en alcanzar algún estado ideal, sino en poder estar presentes con nosotros mismos.

Cada vez vemos con mayor claridad que no nos liberaremos de nuestros hábitos autodestructivos a no ser que desarrollemos una comprensión compasiva de qué son estos hábitos. Un aspecto de la firmeza es el ser consciente de tu cuerpo. Como la meditación hace hincapié en trabajar con la mente, es fácil olvidar que tienes un cuerpo. Cuando te sientas a meditar, es importante relajarte en tu cuerpo. Durante un momento fíjate sólo en que estás aquí, sentado, rodeado de sonidos, olores, imágenes y dolores; inspirando y espirando. Mientras meditas sentado, conecta así varias veces con tu cuerpo cuando lo desees.

En la meditación descubrimos nuestra inherente agitación. Algunas veces nos levantamos y dejamos de meditar, y otras, conseguimos seguir sentados pero cambiamos de posición y retorcemos el cuerpo. Nuestra mente está muy lejos, lo cual puede resultar tan molesto que nos parece que no podemos seguir meditando.

Sin embargo, esta inquietud no sólo nos enseña algo sobre nosotros, sino sobre lo que significa ser humano. Todos obtenemos seguridad y consuelo del mundo imaginario de los recuerdos, las fantasías y los planes. En realidad, no deseamos permanecer con la desnudez de nuestra experiencia presente. Estar presentes nos cuesta muchísimo. Hay momentos en los que sólo la suavidad y el sentido del humor nos dan la fuerza para tranquilizarnos. La instrucción más importante es “¡Sigue… sigue… sigue estando contigo mismo!”

De modo que siempre que nos distraigamos, podemos invitarnos con suavidad a tranquilizarnos. ¿Te sientes nervioso? ¡Sigue! ¿La mente no cesa de discurrir? ¡Sigue! ¿El miedo y el odio te invaden? ¡Sigue! ¿Las rodillas y la espalda te duelen? ¡Sigue! ¿Qué hay hoy para almorzar? ¡Sigue! ¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Sigue! ¡No puedo soportarlo ni un minuto más! ¡Sigue! Así es como cultivamos la firmeza.

Después de haber estado meditando durante un cierto tiempo, es normal sentir que sufrimos un retroceso. “Estaba tranquila hasta que empecé a meditar, ahora me siento como si siempre estuviera inquieta.” “Nunca sentía rabia, pero ahora no cesa de surgir.” Podemos quejarnos de que la meditación está arruinando nuestra vida, pero, en realidad, estas experiencias indican que nos estamos empezando a ver con más claridad. A través del proceso de practicar meditación, año tras año, empezamos a ser muy honestos con nosotros mismos. El percibirnos con claridad es otra forma de decir que podemos vernos con más claridad.

Si este proceso de adquirir una clara visión no se apoya en sentir compasión por uno mismo, se convertirá en un proceso de autoagresión y menosprecio. Para estabilizar la mente necesitamos ser compasivos con nosotros mismos. Lo necesitamos para poder estar con nosotros mismos.

No intentamos desprendernos de los pensamientos, sino que vemos con claridad nuestros mecanismos de defensa, las ideas negativas que albergamos sobre nosotros mismos, nuestros deseos y expectativas. Pero también podemos ver la bondad, el valor y la sabiduría que hay en nosotros. Al practicar la técnica de ser conscientes con regularidad, ya no podemos escondernos de nosotros mismos. Vemos claramente las barreras que ponemos para protegernos de la experiencia desnuda.

Mucha gente, incluso los practicantes veteranos, usan la meditación como un medio para huir de las emociones problemáticas. Por mucho que nos hayan sugerido mantenernos abiertos a cualquier cosa que surja, seguimos usando la meditación como un sistema de represión. Sin embargo, la transformación sólo aparecerá cuando nos acordemos, respiración tras respiración, año tras año, de acercarnos a la agitación emocional que sentimos sin condenar o justificar nuestra experiencia.

Todos hemos desarrollado muros para protegernos de esa experiencia desnuda, creyendo que  lograremos así seguridad y comodidad. En la meditación comenzamos a ver esos muros como una restricción. Experimentamos nuestra agitación emocional y un sentido claustrofóbico que es importante, porque marca el inicio de un anhelo de cambiar nuestro mundo pequeño y familiar. Empezamos a desear ventilarlo. Deseamos eliminar las barreras entre nosotros y los demás.

A veces descubrimos que nuestros pensamientos nos gustan tanto que no queremos dejar que se vayan. Observar nuestra película interior es mucho más divertido que descubrir nuestra verdadera naturaleza amorosa. No cabe duda de que nuestro mundo de fantasía puede ser muy seductor. Por eso aprendemos a rectificar con “suavidad” cuando nos damos cuenta de nuestros patrones mentales habituales. En otras palabras,  aprendemos a cultivar la autocompasión.

Al no bloquear nada adrede, sentir directamente nuestros pensamientos y dejar que se vayan con una actitud de no darles importancia, descubrimos que nuestra energía original es tierna, sana y fresca. Practicamos la meditación para conectar con el amor y la apertura incondicional que hay en nosotros.

Compartir

Publicaciones Relacionadas