En el post anterior hablé de la Oración del Anti resentimiento tal como la propone el Libro Grande. Mi padrino de CoDA me enseñó una versión que consiste en:
- orar por lo que yo creo que esta persona quiere pero
- yo no quiero que tenga porque, por ejemplo, creo que no lo merece o por cualquier otra razón.
Siguiendo este método, yo terminé rezando por un exjefe. Para este ejemplo lo voy a llamar “Raúl”.
Basándose en mi 4to y 5to Paso (en donde expliqué y compartí el conflicto y trauma que tenía con esta persona) y los Pasos 6to y 7mo (en los que pedí que se me revelen y remuevan mis defectos de carácter asociados con este conflicto) la oración resultante fue:
“Dios, te pido que todo lo que yo quiero para mí, le sea dado a Raúl. Pido para Raúl prosperidad, salud, libertad y felicidad. Si esa es Tu voluntad, yo quiero para Raúl prestigio, aceptación, consideración, reconocimiento académico, respeto y admiración de sus colegas y subordinados. Amén”
Creo que no es necesario aclarar que yo no quería esto en absoluto. En la percepción de mi resentimiento, Raúl había sido un parásito y un aprovechador. Aprovechándose de su jerarquía tomaba crédito por mi trabajo, raramente me daba el apoyo que era parte de su trabajo y gracias a mi ausencia de límites saludables toleré numerosos abusos que luego resentí.
Cuando estábamos escribiendo mi 8vo Paso (el plan de cómo y cuándo las enmiendas) recuerdo que, ingenuamente traté de salirme por la tangente diciéndole a mi padrino:
- “Yo no creo que sea necesario rezar por Raúl. Yo nunca lo veo, mi mundo no se cruza con el de él y en este punto era solamente cosa de procesar mi resentimiento con los Pasos. Estoy agradecida con ver mi participación en esa relación tóxica y poder rogar que Dios la sane. Me resulta claro que necesito orar por límites saludables. No quiero pasarme dos semanas rezando por alguien que no es importante para mí.”
A lo cual mi padrino (un veterano de las racionalizaciones y excusas) me contestó:
- “No te preocupes, no vas a rezar dos semanas. Acordemos algo como 72 días continuos. En vez de orar verbalmente vas a escribir la oración en español, todas las mañanas después de tu meditación o en algún momento durante el día cuando te sea conveniente. Si se te olvida un día re-empiezas de nuevo desde cero. Si no estás dispuesta ruegas por la disposición. Si no quieres rezar por la disposición, reza por la disposición a estar dispuesta a rezar por la disposición y así hasta que estés lista.”
Aclaro para quienes no conozcan los Programas de 12 Pasos que hasta allí llegó mi padrino. Si yo lo hago o no es cosa entre yo y mi recuperación. Mi padrino ni me volvió a preguntar por el asunto.
Con “Raúl” sí me tocó rezar por la disposición y poco tiempo después decidí que ¿por qué no? Comencé mi tarea y el día 68 ¡aghhhh! se me olvidó escribir la oración, así que empecé de nuevo. La segunda vuelta olvidé la oración a las dos semanas y entonces tuve que empezar otra vez.
Finalmente en la tercera vuelta, le pedí a mi esposo que chequeara conmigo antes de ir a dormir y recuerdo que puse como tres alarmas para no dejar pasar el día sin escribir la oración en caso de que se me olvidara después de mi meditación. Nada de esto fue necesario. Esta vez se ve que sí estaba yo comprometida con la tarea, más que con mi voluntarismo. Como resultado recé los 72 días continuos.
Recuerdo que mi último día me reuní con un par de amigas en recuperación y celebré el día que terminé mi interminable “plana”. Agarré las hojas en donde estaban todas mis repeticiones (que terminaron siendo más de 150) y las quemé, entregándoselas simbólicamente al universo con un gran apetito de libertad.
Al principio no sentí ninguna diferencia, si llegaba a pensar en esta persona y sus abusos todavía me irritaba un poco, aunque raramente lo recordaba. Fue como cuatro meses después, cuando vi los resultados.
Yo solía evitar ir al campus en donde ambos trabajábamos pero ese día ni me acordé, simplemente fui porque necesitaba algo. Y ¡oh, coincidencia! me encontré a Raúl. Me tomó un momento reconocerlo. Cuando por fin nos saludamos, mi sorpresa fue mayúscula porque lo pude saludar con sincera cordialidad. Hice como una rápida introspección y ¡oh milagro! no sentía nada de rabia ni de nada, este hombre era una persona cualquiera que yo conocía.
Me preguntó por mi vida, hablamos con cordialidad y cuando por fin nos despedimos lo pude ver como un maestro que me enseñó, a su pesar, una gran lección de límites. Ya no recordaba sus abusos con rabia sino con agradecimiento de saber que no necesito esa lección. La experiencia dolorosa no tenía ningún poder sobre mí. Sólo me quedé con el aprendizaje. Comprendí que más que perdonarlo, Dios me había enseñado a perdonarme. Así de poderosa llegó a ser esta enmienda.