Mi historia: Una codependiente atípica… y muy común

Ilustración de un niño tocando flauta en una tarjeta de feliz cumpleaños

 

Ilustración de mi hijo Aureliano Contreras

Yo conocía el término codependencia pero lo asociaba, como es común, con “la adicción al adicto” es decir el familiar del alcohólico o narco-dependiente que vive victimizado por la conducta insana de “su” adicto. Durante casi toda mi vida, nunca conocí ¡ni hablar de relacionarme! con alcohólicos o drogadictos, así que no se me ocurría que yo pudiera ser codependiente.

Sé que no estoy sola en esa experiencia. Mucha gente, como yo, sufre de codependencia y no encuentra una solución para este problema porque ignora que se puede ser codependiente aun sin apegos enfermizos a alcohólicos y adictos.

Ciertamente, muchos codependientes provienen de familias disfuncionales con alcohólicos y drogadictos pero un alto porcentaje, como yo, crecimos con otras circunstancias como familias con una religiosidad rígida, intolerantes, rabiosas, violentas, perfeccionistas o incluso familias sobreprotectoras o manipuladoras aún sin intentar serlo.

 

 

                                                                     Mi familia y mi cultura

Soy venezolana y crecí en una familia amorosa y divertida que sin embargo tenía problemas de miedo expresado en forma de rabia, desórdenes alimentarios, secretos e ideas de desconexión.

Con la excusa de estudiar una corta carrera universitaria, “escapé” de mi hogar a los quince años, en un momento especialmente difícil, tras el divorcio de mis padres. Mi identidad para ese momento se confundía completamente con mis éxitos estudiantiles, así que fui la típica buena estudiante y con el tiempo acumulé varios títulos académicos.

A los 22 años me casé.  A pesar de que parecía una mujer exitosa y emprendedora, mi ineptitud con límites y prioridades atraía abuso a mi vida. De una manera insana, yo incurría en auto sabotajes y sufría un periódico dolor emocional que me parecía inexpresable.

A veces creía que estaba perdiendo la razón pues sentía que mis sentimientos me iban a matar aunque siempre me las arreglaba para parecer en control. Al menos eso creía yo. Además, desconocía el verdadero amor propio y, sin darme cuenta, mi valor y autoestima dependían casi enteramente de opiniones ajenas en forma de críticas o de elogios. Era, en suma, una adicta de la aprobación ajena.

Porque sabía que había algo mal en mí, intenté terapia y psicoanálisis sin resultado. También, autoayuda y literatura de “nueva era” pero las palabras “Dios” o “espiritualidad”  me espantaban porque si Dios es omnipotente y amoroso ¿por qué no me había ayudado hasta entonces? 

Por si fuera poco, los venezolanos tenemos una cultura de la burla. Cualquier cosa que no comprendamos -o que nos intimide- siempre se puede transformar en motivo de broma y descalificarse con estereotipos y burla. Esto en realidad es un mecanismo regulatorio para evitar la vulnerabilidad y el riesgo y ¡es muy efectivo! Mi historia familiar y cultural me habían entrenado bien para evitar los riesgos y la autonomía de criterio.

Para entonces ignoraba que los errores son no sólo inevitables sino ciertamente necesarios, incluso imprescindibles para aprender. Entonces, cuando me equivocaba, con frecuencia “maquillaba” mi responsabilidad llegando incluso a mentir. No podía ser de otra manera, si algo no salía como se esperaba, mi distorsionado sentido de responsabilidad me sumía en una vergüenza desproporcionada y dolorosa.

El perfeccionismo y el excesivo control me paralizaban con frecuencia y aunque parecía exitosa profesionalmente yo sabía que estaba “volando bajo” respecto a lo que podía alcanzar con mi potencial.

En el año 2000, durante un vuelo a España, al que no había llevado nada que leer encontré por “casualidad” el libro “Cartas de las mujeres que aman demasiado” de Robin Norwood. Allí descubrí las nociones de codependencia, bancarrota espiritual y adicción al amor.

 

                                                              Las emboscadas divinas

Días después, la casualidad me visitó otra vez.  Un venezolano en Madrid reconoció mi acento y me invitó un café. No sé por qué le hablé del libro y él, sonriendo, me dijo que se recuperaba de la codependencia.

Así, sin darme cuenta, comenzó mi viaje de recuperación. Desde ese momento me dediqué a leer todo lo que podía conseguir sobre el tema en español pero no tenía idea cómo crear una relación conmigo misma y con mi espiritualidad, así que seguí haciendo lo que sabía hacer: teorizar. Mi desastrosa vida emocional continuó aunque yo comenzaba a tener un poco más de apertura hacia lo espiritual.

Harta de lo que yo percibía como abusos y explotación de la familia de mi primer esposo, finalmente me divorcié. No podía ver entonces que yo no era una víctima sino una voluntaria para tales situaciones de abuso en las que yo creía que era capaz de comprar cariño y respeto con mi sacrificio y “generosidad ilimitada”. Un año después de mi divorcio, mi padre murió dejándome devastada.

Mi profesión de entonces seguía siendo mi principal fuente de validación personal. Como investigadora, quería publicar en inglés, lo cual precipitó lo que luego he interpretado como una segunda “emboscada divina” a favor de mi recuperación (la primera fue encontrar el libro de Norwood y a Codependientes Anónimos).

Divorciada, sin hablar inglés y con una gran maleta de desilusiones viajé a Minneapolis (US) a hacer un doctorado con una beca de 500 dólares mensuales, mi hijo de 15 años en ese entonces y un empleo como asistente de clases. Cuatro años después, con gran dificultad para dominar el inglés, mis identidades colapsaron.

La separación de mi hijo (quien volvió a Venezuela para ir a la Universidad) y relaciones románticas y amistosas desastrosas me pusieron de rodillas. Así, en el 2009 busqué nuevamente ayuda y comencé a asistir a reuniones de Codependientes Anónimos (CoDA).

El problema es que yo no renuncié al “club mental de debates”. Seguía leyendo y tratando de aprender sobre la codependencia y los 12 Pasos, pero también debatía todo lo que se me ponía al frente. A la postre, no sabía si el programa funcionaba o no porque no lo trabajaba, solo desarrollaba opiniones teóricas que ¡gracias a Dios! no podía expresar debido a mi hándicap con el inglés. Mi actitud era como alguien que critica la práctica de yoga, sin nunca aventurarse a practicar uno de sus ejercicios.

Todo esto me volvió una “codependiente seca”. Me explico; un “alcohólico seco” es aquél que deja de beber alcohol pero permanece intoxicado con sus propios pensamientos y hábitos de auto sabotaje.  Como “codependiente seca” aprendí que no tenía el poder de controlar a otros pero tampoco tenía el poder de límites saludables, una relación consistente conmigo misma y no sabía cómo confiar o reconocer un Poder Superior. Mis reacciones emocionales seguían siendo desproporcionadas y cada vez era menos capaz de ocultarlo. De ese modo en lugar de recuperación, solo logré un infierno interno.

 

                                            Y llegó el Libro Grande de Alcohólicos Anónimos

En el 2012, la Providencia intervino de nuevo y una serie de casualidades (otra emboscada divina) me llevaron a estudiar el Libro Grande de Alcohólicos Anónimos para aprender ¡finalmente! cómo desarrollar una relación amorosa conmigo misma y con mi espiritualidad. Como resultado, hice cosas en las que no creía y obtuve resultados que no pude negar. Renuncié al debate (con la agenda secreta de probar que las herramientas espirituales no servían) y me puse a trabajar el programa en vez de debatirlo.

De este modo aprendí, poco a poco y a mi pesar, cómo tener una mente abierta. Y así comenzó la parte más profunda, verdadera y divertida de mi recuperación.

En el 2015, comencé este blog Manual de Vida, en homenaje al Libro Grande de Alcohólicos Anónimos que junto con los Programas de 12 Pasos me han enseñado cómo vivir una vida de libertad y propósito. Más recientemente, otras coincidencias me llevaron al estudio del Curso de Milagros, un texto que propone ejercicios para practicar el amor y el perdón en búsqueda de los cambios de percepción que son los milagros.

Desde que el libro de Robin Norwood apareció en mi vida, he tenido muchos maestros intelectuales y espirituales entre ellos Byron Katie, John McDougall, Pema Chodron, Elizabeth Gilbert, Brené Brown, Gretchen Reuben, Kelly McGonigall, Robert Burney, Brooke Castillo, Pía Melody, Gary Zuvak, Gabby Bernstein y Melody Beattie. Algunos de ellos están traducidos al español, otros no. Algunos se ocupan del tema de la codependencia, otros del despertar espiritual. A algunos les conozco personalmente a otros a través del milagro de sus ideas.

Por eso me he dedicado a hacer las conexiones entre sus desarrollos teóricos y mi recuperación en la codependencia y ahora sé que mi obligación es compartir estos conocimientos con quienes necesiten ayuda sirviéndose de herramientas espirituales y buscan vivir en la solución y no en el problema.

 

                                                               Algunos de mis aprendizajes

Con una mente abierta a los prodigios de la espiritualidad, he aprendido cómo no asumir responsabilidad por los errores e injusticias ajenos así como a tratar con respeto y dignidad a quienes interactúan conmigo, sin tolerar (o atraer) conductas abusivas.

Ahora sé que tener límites saludables no consiste en decirle a otros qué sentir o pensar sino saber qué es mío (mi cuerpo, mis pensamientos, mis sentimientos, mis reacciones, mi mente, mis defectos, mi alma, mi aceptación, mi compasión, mi creatividad, mi espiritualidad y todo lo que constituye mi ser) y qué es ajeno (¡todo lo demás!)

Mi vida está lejos de ser un eterno flotar en pétalos de rosa. Soy humana y lo acepto. Tengo momentos en que mi niña interior se rebela y los dolores del crecimiento emocional o de la sanación me agasajan. Cuando estoy lista, mis heridas emocionales y espirituales se reactivan y me indican que estoy preparada para sanar.

Como persona con integridad, tengo el privilegio de sentir toda la gama de sentimientos que la Creación me dio incluyendo la envidia, la rabia y el miedo. Mi mente no es ajena al juicio y a la auto condena.  Sin embargo, debido al trabajo con los 12 Pasos he aprendido cómo observar con curiosidad defectos de carácter como mi impaciencia, comparación, soberbia, desconexión o la necesidad compulsiva de tener razón y también ver cómo estos defectos se relacionan con mis sentimientos difíciles.

Con todo y todo, mis fallas, mi negatividad, mi ego o sentimientos difíciles no son la guía para mis acciones. Son parte de mi humanidad. Quizás lo más importante es que ahora tengo destrezas para vivir una vida de auto aprobación y libertad. Actúo de acuerdo con Principios Espirituales y cultivo la Sobriedad Emocional. Con humildad y asombro puedo compartir que mi Fecha de Sobriedad Emocional es el 27 de octubre del 2012 (aquí explico qué significa la Fecha de Sobriedad Emocional)

He aprendido que caer bien y ser aceptada son cosas diferentes. He experimentado la libertad de saber que lo que otra gente piensa de mí no es asunto mío y he aprendido que mi relación con Dios (como llamo a mi Poder Superior) es lo único que me permite acceder a todos estos regalos.

En relaciones difíciles, también he verificado, que lo mejor de mí atrae lo mejor de otros. Actualmente, puedo admitir y enmendar mis equivocaciones, aprender de ellas porque no estoy ocupada negándolas. La honestidad con consideración y respeto es mi ideal en mis relaciones actuales sea en mi matrimonio, con mis familiares, amigos o socios y compañeros de trabajo o recuperación.

Estoy felizmente casada y gracias a mi transformación espiritual he podido dedicarme tiempo completo a difundir lo que he aprendido sobre codependencia, límites saludables, la importancia de la meditación en la vida cotidiana y herramientas espirituales que me siguen ayudando a encontrar fortaleza y alcanzar Serenidad cuando me encuentro confusa, perdida o infeliz. Hoy puedo decir que, un día a la vez, he aprendido (y sé cómo enseñar) a vivir la Oración Alternativa de la Serenidad:

Dios concédeme la SERENIDAD para aceptar a las personas que no puedo cambiar,

VALOR para cambiar a la única que puedo

y SABIDURÍA para recordar  ¡que esa persona soy yo!

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