
A mi hijo, Aureliano.
En el post pasado comenté el trabajo de Brené Brown en el que habla de los regalos de la crianza imperfecta y quedé en presentar sus ejemplos y las “enseñanzas ocultas” que damos cuando no “sostenemos” límites saludables (reglas y prohibiciones para su bienestar) con nuestros hijos.
El ejemplo que usa Brown es una adolescente que quiere ir a una fiesta y la madre le niega el permiso porque no conoce a los anfitriones. Digamos que la adolescente usa una contra argumentación basada en “¡Pero mamá todo el mundo va a ir!” y la madre (quizás recordando su propia frustración como adolescente, digo yo) se ablanda y deja ir a la hija, quizás cediendo con un requerimiento menor como “pero me llamas apenas llegues”. Sin darse cuenta, esa mamá le está enseñando que “Si todo el mundo lo hace, está bien.”
Y aquí viene lo sustancial del ejemplo. Digamos que la chiquilla va a la fiesta y allí hay un grupo usando drogas. Inicialmente ella rechaza cuando le ofrecen porque nunca ha usado y no le interesa (más bien le asusta) el asunto. Entonces viene una amiga y contra argumenta “Todos los del grupo lo estamos haciendo ¡Ya estás tú de rompe grupo!”. No es una matemática, pero inconscientemente la chica ya tiene la regla de “Si todos lo hacen, está bien” y eso aumenta los chances de que acepte usar drogas, aunque esto viole sus límites nacientes (tiernitos, pues la adolescencia es el tiempo de aprender de límites) y termine siguiendo la regla de “todos lo hacen”.
Misma situación, pero en este ejemplo la adolescente usa la estrategia de “Eres la mamá más cruel del planeta” o “Yo soy la adolescente más desdichada de mi escuela”. Digamos que la mamá, se siente horrible y cede, diciendo “Está bien, pero te busco temprano.” La regla oculta que la hija aprende es “Uno es responsable por lo que otros sienten”. Aprende que los sentimientos heridos de alguien pueden cambiar el resultado de un límite, como un ABC de la codependencia, pues.
Nuevamente, no es una matemática, pero si más adelante alguien usa manipulación emocional para pedirle a esa adolescente que haga algo que ella no quiere hacer, es más posible que acepte porque ha visto cómo su madre ha aceptado algo con tal de que no haya sentimientos heridos.
Una aclaratoria, los límites saludables tienen una razón real de protección. No son caprichos o resentimientos de los padres porque “cuando yo era adolescente nunca tuve esto” o cosa parecida. Más adelante quiero comentar un tema -del que Brown no habla- que son las imposiciones o miedos proyectados que se disfrazan de “límites”.
Pero volviendo al tema, resulta que la investigación muestra que los adolescentes que han sido expuestos a límites saludables, claros y consistentes se quejan un montón de la inflexibilidad de sus padres (antes me atormentaba que mi hijo hacía esto) pero califican muy alto en evaluaciones de seguridad en sí mismos, claridad en sus valores y autoestima.
De alguna forma, las prohibiciones que “sufrieron” les demostraron -inconscientemente- que sus padres estaban poniendo atención y se preocupaban por su bienestar. Mientras que los adolescentes que crecieron con los padres que “rumbeaban” con ellos y les criaron con un pase de “todo vale mientras me tengas cariño o no me des problemas” califican bajísimo en autoestima, valores y seguridad.
Lo dicho, la crianza saludable tiene muy poco que ver con la popularidad como padres.