Intuición y Sobriedad Emocional. La anécdota (Segunda Parte)

Soy impotente ante mis pensamientos y mis reacciones emocionales pero tengo poder sobre lo que decido hacer con ellos. Esto es lo que define mi sobriedad emocional.

Como prometí en mi último post (La vocecita), quiero compartir una experiencia desobedeciendo una intuición con resultados emocionales desastrosos. Fue en el contexto de mi chequeo médico anual. Como es costumbre, me tomaron muestras de sangre y quedaron en enviarme los resultados online como se acostumbra aquí, en Minneapolis, donde vivo. Pasó una semana y no recibí nada. Lo atribui a que tenemos un nuevo seguro médico y al papeleo.

El sábado por la noche, noto en mi teléfono casero la lucecita de los mensajes titilando. Generalmente se trata de propagandas y cosas sin mayor interés pues lo demás me suele llegar al teléfono celular. Cuando voy a chequear de qué se trata, la  voz de mi intuición con claridad inequívoca me dice “No revises esos mensajes”. Me tomó de sorpresa, así que reflexione por un momento ¿Por qué no?  Tenía tiempo suficiente y estaba segura de que eran propagandas indeseadas, así que… ignoré la intuición y escuché la grabación.

Eran dos mensajes de la clínica urgiéndome a que me comunicara con mi doctor en relación con los resultados de mi reciente examen médico. Sudé frío. En mi experiencia, los médicos de aquí llaman a la casa cuando uno padece un problema de salud grave y contagioso o cuando encontraron algo que está a punto de explotar, generalmente en un órgano vital. Además, el hospital debió haber investigado mi número de casa porque en mi historia solamente estaba mi celular. O sea, es oficial, hay algo terrible en mí y me andan buscando.

En este punto yo sé que la clínica no trabaja los fines de semana y es sábado por la noche. Vuelvo a revisar los mensajes en busca de pistas. Uno es del jueves y el siguiente -y más apremiante- es del viernes. Voy a ver la mensajería online y no hay nada. O sea que es algo ¡que no pueden escribir!

Entro en pánico y escenas de películas en las que agentes secuestran al “individuo cero” de una enfermedad que aniquilará la humanidad, empiezan a bailar en mi cabeza. Yo soy ese individuo “cero” la enfermedad es horrenda y estos gringos me van a desaparecer sin rastro.

O quizás no es tan malo. Debo tener un aneurisma a punto de explotar y que me va a dejar paralizada y en babia y ellos me están llamando para cubrir sus espaldas. Cuando lleven el despojo de mi cuerpo dirán “La llamamos y le dejamos dos mensajes. No es nuestra responsabilidad.”

Calculo el tiempo que voy a pasar en incertidumbre y domesticación de los demonios susurrantes que me sugieren catástrofes: al menos dos noches, si consigo que me respondan en la clínica el lunes por la mañana. O quizás no, el futuro de la humanidad puede que esté en peligro así que agentes ninjas vendrán hoy mismo a media noche. La espera no será tan larga.

Era obvio que necesitaba salir del barrio peligroso en el que se convierte mi cabeza en ocasiones como esta. ¿Mi sobriedad emocional? Ahí es donde se muestra el músculo de estos casi diez años que tengo practicando meditación, recuperación y servicio. En tal situación pude recordar que:

1) Mis pensamientos vienen sin invitación y no son necesariamente reflejo de la verdad especialmente cuando son catastróficos.

2) Mis emociones son una secuela de mis sentimientos, así que si quiero sentirme mejor tengo que romper la cadena de lo que pienso con acciones.

3) Reprimir lo que pienso no es una opción porque generalmente deja secuelas corporales que se manifiestan como enfermedades. Literalmente, reprimir la experiencia vierte hacia adentro el “estar mal” o malestar.

4) Soy impotente ante mis pensamientos y mis reacciones emocionales pero tengo poder sobre lo que decido hacer con ellos. Esto es lo que define mi sobriedad emocional.

En síntesis, mi sobriedad emocional no consiste en no experimentar pensamientos descarriados o sentimientos sin proporción.  Eso viene sin invitación ni control de mi parte. Consiste en no actuar o tomar decisiones  como consecuencia de estas emociones exageradas.

Algo que siempre funciona para mí es el ejercicio. Salir a caminar, o ¡mejor aún! si encuentro un lugar en el que pueda nadar y estar en contacto con masas de agua. Si esto no es posible, me ayuda escribir, mejor aún si es para hacer servicio, comunicar esperanza o ayudar a alguien en necesidad.

En el próximo post cuento el desenlace feliz de esta historia y enumero las características que nos permiten diferenciar las intuiciones de otras formas de pensamiento o experiencias mentales.

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