
Quienes me conocen saben que soy muy ignorante de religiones. En recuperación con los Programas de 12 Pasos he aprendido a buscar mis verdades espirituales sin adoctrinarme aunque también sin juzgar o despreciar religiones organizadas.
Y hete aquí que yo nací un Domingo de Resurrección. Mi mamá cuenta que ella había estado esperando que el parto se diera durante la vacación de trabajo de mi papá, pero la terca de mí decidió hacer su entrada en el mundo justo la madrugada del domingo cuando ya se acababa la celebración de la Semana Santa.
Ahora vivo en Minnesota y tengo que confesar que no me siento emocionalmente ligada al cuento del conejito que da huevos de chocolates, como celebran aquí en familia este domingo, tradición que parece que viene de los alemanes luteranos, así que he estado en estos días más ligada a mi familia a través de llamadas y mensajes. Y resulta que una de mis hermanas, me pasó una oración que obviamente está inspirada en el Padre Nuestro.
De niña aprendí solamente dos oraciones que me enseñaron en la escuela: El Padre Nuestro y el Dios te Salve María. Como todo lo que aprendemos de niños, las palabras de estas oraciones resuenan con un significado especial en mi corazón.
Como me pareció que la oración que me pasaron reproduce el espíritu del Libro Grande en cuanto a que “la vida espiritual no es una teoría. Es necesario que la vivamos.” (p.82) la versioné un poquito con mi experiencia espiritual y aquí la comparto:
Padre Nuestro que estás en las flores, en los animalitos, los bichos, el sol, la luna y todo lo que existe. Que estás en el amor, la compasión, la paciencia y el gesto del perdón.
Santificado sea tu nombre adorado y glorificado por todo lo que es bello, bueno, justo, honesto y misericordioso.
Venga a nosotros tu reino de paz, justicia, fe, luz y amor. Que yo pueda sentirte como el centro de mi vida, mi hogar, mi familia, mi trabajo y cada una de mis luchas.
Hágase tu voluntad en la gente que yo amo y también en quienes me desagradan, en aquel que busca la verdad y en quienes me parecen equivocados. Que aunque mis ruegos reproduzcan a veces más mi orgullo y mi ego que mis necesidades reales, yo confío en ti: hágase tu voluntad.
Yo sé que, como un padre amoroso, perdonas mis ofensas, mis errores y mis faltas. Házmelo saber y ayúdame a perdonar cuando mi corazón se vuelva frío. Perdóname, así como yo perdono a aquellos que me ofenden, incluso cuando mi corazón está herido.
No me dejes caer en las tentaciones de la crítica, el juicio, la culpa, los celos, el chisme, la envidia, la soberbia, la destrucción y el egoísmo. Líbrame de la fantasía de que puedo practicar perfección y así evitar que el sufrimiento me visite.
Y cuando las lecciones de la vida -necesarias para mi alma- se presenten, por favor dame la fuerza y el coraje de decir ¡Gracias, Dios infinito, por acompañarme con amor y compasión en cada momento! ¡Que así sea!