23 de abril. Garzas y Tejidos

Hay fechas que parecen álbumes antiguos; calados de belleza, historia y ternura. El 23 de abril es así para mí. Día de libros, idiomas y cumpleaños ilustres: Cervantes, Shakespeare y hasta de mi buen amigo Matt que en mi memoria se codea con Don Miguel y Don Guillermo.

Pero, sobre todo, el 23 de abril es el cumple de dos de mis amores que ya habitan la otra orilla: mi papá y la Señora Carmen, mi madre canaria.

Mi papá se presentó hoy con su chercha indetenible, intacta en un video con la risa de Avril, su nieta, idéntica a él. La genética como carta de amor. Ahí dejo la foto como si lo invisible pudiera probarse.

Y en el cielo de mi calle, unas garzas blanquísimas, sobrevolaron como venidas de una dimensión sin polvo.

No hace mucho me enteré de que mi papá coleccionaba estampas y fotos de garzas, su animal favorito. Lo supe por mi mamá que casi pasa el páramo con el covid. Ese mismo día, una garza azul, inmensa, se posó en el borde del día como quien trae noticias. La miré incrédula. También parecía que tenía una sonrisita. Por suerte pude tomarle una foto. Es la que ilustra este post. Ahí está, como si lo invisible pudiera probarse.

La Señora Carmen también visitó hoy. La sentí en los tejidos: regalos hechos por sus manos amorosas que, por azares o destino, terminaron en las mías. Entre ellos, un gorro que su hija Nelly asegura que fue un encargo especial para su mamá.

Aun así, fue la Señora Carmen quien, con ese humor suyo tan particular, lo deslizó en mi maleta. Estoy segura de que le encantaría que su hija venga a buscarlo por estos nortes, donde el gorro — y muchos recuerdos de risa — la esperan.

O ¡mejor aún! que nos reencontremos en Venezuela y la risa de mi papá, garzas de todos colores y los cuidados de la Señora Carmen se nos mezclen. Que podamos festejar con ellos una vez más. Como si lo real sólo cambiara un poquito para seguir cosquilleándonos desde adentro.

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